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Relato de Navidad 2020: 'Un Árbol de Otoño en Navidad'


 



Hola querido lector, ¿qué tal estás? Te voy a contar una historia. ¡Ah! Aún no me he presentado, verás, soy una simple escritora de la que no hace falta contar ahora demasiado, igual que tú eres un simple lector. Bueno, en el momento en el que se estaba desarrollando esta historia, era una chica cuyo carácter y mentalidad no eran dignos de ser plasmados sobre el papel, tenía unos 15 años. Pero me siento obligada a relatar estos hechos por si a alguien le son de utilidad. Así que lector, te animo a que sigas leyendo sobre los hechos aquí recogidos, puede que no te sirvan, puede que pienses que tienes mejores cosas que hacer, puede que pienses que soy una insoportable pedante, o tal vez que este párrafo se está alargando demasiado, pero seguro que esta historia te entretiene un rato, especialmente si estás en las fechas navideñas y estás asustado por todo lo que se te viene encima (hacer la cena de navidad que le guste a todos, comprar cosas varias, decorar la casa, cenas con compañeros de trabajo, tirarte en el sofá y lamentarte porque estás cansado, etc.) Has de saber que estos hechos ocurrieron hace muchos años, durante la pandemia mundial del COVID-19 del 2020, si eres muy joven puede que ya ni lo recuerdes, pues eso ocurrió hace ya cincuenta años. Parece que fue ayer, ¡madre mía!, estoy envejeciendo muy rápido. En fin, dejemos los desvaríos de una vieja como yo y comencemos la historia.


Apoyé mi nariz contra el cristal de la ventana, sentía un pequeño cosquilleo en la punta por el frío. Respiré profundamente, miré hacia abajo y vi que el cristal se había cubierto de vapor. Por fin aparté mi rostro del cristal  y contemplé la forma que se había marcado en el cristal, el contorno de mi nariz. ¡Qué mañana más aburrida!, pensé. Quedaban siete días para Navidad, pero iba a ser una Navidad horrible, porque iba a ser otro año más sin nieve y encima iba a ser una Navidad con Coronavirus. De hecho, a eso ni se le podía llamar Navidad. 

Miré mi reloj con desgana, aún quedaba tiempo antes de ir a clase. Caminé hasta el salón, me dejé caer en el sofá y me hundí ligeramente entre los cojines. Cogí el mando de la televisión y presioné el botón de encendido. En la pantalla de pronto apareció la imágen de un videoclip musical, lo de siempre: primero un grupo de amigos se va a una casa en la nieve, luego hacen una fiesta donde se dan muchos regalos y se lo pasan genial, bla bla bla. Ves, eso es Navidad, no lo que tenemos aquí. Apoyé el cuello en el suave respaldo del sofá con desesperación mientras apagaba el televisor. Encima todo el mundo me decía que no tenía que quejarme, no entienden nada. ¿No ven que la Navidad es un aburrimiento? 

Volví a dirigir mi mirada hacia el reloj, sí, ya era hora de ir a clase. Me colgué la mochila de la espalda, dije adiós a mi padre, me puse el abrigo y puse mi mano encima del metal del picaporte, que estaba muy frío. Empezaba un nuevo día de adviento.


Mientras caminaba por la calle, de repente algo captó mi atención. En mi camino había un árbol con hojas de otoño. Era un día nublado, pero aún así unos tenues rayos se colaban entre las hojas de oro y carmesí. El sol jugaba con las hojas, haciéndolas deslumbrantes. Parecía que el árbol se hubiera percatado de que la Navidad estaba llegando, y hubiera querido ponerse un vestido de acuerdo a la ocasión, mientras que el sol le ayudaba. Pero era un vestido tan maravilloso, que ningún ser mortal lo podíamos admirar plenamente en su esplendor, y nos limitábamos a llamarlo vulgarmente ‘árbol otoñal’. Contemplé el árbol con admiración, siempre me habían gustado los árboles. Es curioso, porque sus compañeros ya solían estar casi desnudos, supongo que esperando a que les vista la nieve (que no creo que  venga). En cualquier caso, el árbol surtió bastante efecto en mí. Me entró una oleada de positivismo, como si el árbol tuviera algo especial. ‘Bah, tonterías, es solo un árbol’ me dije a mí misma, pero aún así mis pensamientos no quedaron inmunes ante el efecto del árbol, una semilla de esperanza había florecido. Aún así, la semilla tardaría en germinar, y los siguientes sucesos la regaron abundantemente, hasta que se convirtió en un árbol como este.

Los días pasaron y transcurrieron sin muchas novedades. Pero un día todo cambió. 

No esperaba que una noche cualquiera, mi madre me dijera que nos teníamos que ir en ese momento al hospital, que me vistiera rápido y que corriera. Yo estaba casi dormida, ¿qué estaba pasando? ¿Cómo que me vistiera? Era todo muy confuso. Me incorporé en la cama, no veía nada, solo una luz blanca gigante que me cegaba y me hacía daño a los ojos, debía de ser la luz de la lámpara del techo. Cuando al fin me acostumbré a la luz, levanté la colcha y me puse en pie, mientras mis pies descalzos eran invadidos por el frío acumulado en el suelo. Cogí mi móvil, (unos aparatos que teníamos en esta época, muy rudimentarios comparados con los que hay ahora) y aunque me cegué aún más con su luz, logré distinguir que eran las 2 de la mañana. Mi madre volvió a entrar en la habitación.

-¡Pero bueno! ¿Sigues sin vestirte? ¡Corre!- Me dijo ella.

- ¿Por qué hay que ir al hospital?- La respondí enfadada y confundida a la vez, ‘yo quería seguir durmiendo’, me decía egoístamente. 

- ¡Porque a tu tío Juan le ha subido la fiebre a 40 grados, le está dando un ataque de tos y está vomitando! ¡Muévete!


Me quedé estupefacta y anonadada, ¡si mi tío tenía buena salud! En esas épocas, cuando aún no teníamos controlado el Coronavirus y no teníamos vacunas, como ahora, era muy peligroso. Además mucha gente pensaba que solo afectaba a personas muy mayores, y quienes no lo pensaban no eran casi escuchados. Mi tío en esa época tenía unos cuarenta años, y nadie pensaba que fuera a ser un paciente de riesgo. Saqué la ropa del armario con las manos temblorosas, oía amortiguados los pasos apresurados de mis padres por el pasillo, y yo me sentía paralizada, una sensación extraña, como si no pudiera reaccionar. Aún así, mejor que me vistiera rápido. Ya vestida y con la respiración acelerada, cogí mi mascarilla de tela y me la puse. Suspiré resignada, en esa época aún creía que las mascarillas eran una molestia inútil. Las gomas me apretaban las orejas, y empezaba a notar la humedad acumulada, con un olor extraño. Además el efecto de ahogamiento se veía acrecentado por la agitación de mi respiración, la nariz se me quedaba ligeramente aplastada. En esos tiempos antiguos las mascarillas eran muy básicas e incómodas, luego fueron evolucionando con el tiempo para convertirse en algo más cómodo. Yo siempre me estaba quejando por la mascarilla, que me apretaba, que no me gustaba… Todo quejas. 


Llegamos al hospital, estaba bastante distinto, desde que comenzó el confinamiento no había venido, aunque lo había visto en muchas fotos en las noticias. Me tuve que quedar fuera, claro, no había sitio para mí. Así que salí fuera y me apoyé sobre una barra de metal que había en la entrada. Pensamientos turbulentos comenzaban a asentarse en mi cabeza, de hecho se sentían tan cómodos que parecía que estaban construyendo una casa en mi mente, además de hacer una gran celebración donde han invitado a sus amigos, ¡Cuantos más mejor! Invitado 1:¿Cómo era posible que estuviera enfermo? ¿Sería COVID-19? ¿Quién le habría contagiado?  Invitado 2: No era posible que le hubiera contagiado yo, qué tontería. ¿O sí? La semana pasada estuve con él, y sin mascarilla. Invitado 3: Bah, todo eso que dicen los médicos son estupideces, si el virus no es para tanto en personas de esta edad, lo importante son los abuelos. Invitado 4: Además, aunque no haya respetado siempre la distancia de seguridad con mis amigos, todo eso son exageraciones. ¿Verdad? O cuando quedé para comer algo en esa cafetería y me quité la mascarilla, Invitado 5: o esas veces que me pongo la mascarilla por debajo de la nariz en clase porque me molesta. 


Me estaba empezando a asustar bastante, contemplé las luces de navidad con las que habían decorado el hospital con temor, como si ellas lo supieran todo. Empezó a sonar un villancico, no os digo cuál era pues es demasiado antiguo para vosotros, y aunque estaba familiarizada con la melodía y lo conocía perfectamente, de repente estuve segura de que la cantante no estaba cantando ‘feliz navidad y prospero año nuevo’, sino que decía ‘tú le has contagiado, tú le has contagiado’ ¡PARAD! Mi cabeza daba vueltas sin cesar. 


Después de esta paranoica situación, mis recuerdos son confusos, como si la tinta que escribe mis memorias se hubiera emborronado y ya solo fueran legibles algunas palabras. Sin embargo, sí que recuerdo que mi tío dio positivo en Coronavirus y nos tuvimos que volver a casa. Creo recordar que además fuimos confinados en nuestra casa durante unos días. Claro, cuando nos dieron la noticia, yo cumplí sin tardanza mi papel de adolescente narcisista y egoísta y me quejé de tener que quedarme en casa mientras mis amigos se lo pasaban bien. ¿Por qué tenía que perderme todo si no estaba enferma? ¿Qué más me da si soy asintomática? Pero entonces mi padre me dio una gran respuesta: ‘Para que no haya más gente que lo pase tan mal como tu tío’. Me quedé de piedra, no esperaba esa respuesta, solo algo como un: ‘porque sí’. Me di cuenta de que no quería que pasara eso, de que a lo mejor el virus no era una tontería. En el fondo, mi preocupación por mi tío Juan era enorme. Siempre había estado conmigo, siempre había jugado conmigo de pequeña y siempre era muy divertido y simpático. También era muy inteligente. Pensé que ojalá estuviera allí conmigo. Además, a él le encantaba la Navidad. Si él ahora estuviera aquí, habría dicho: “¡Pero cómo es que tenéis el árbol con tan pocas luces! ¡Más es más!” Y luego se hubiera reído a carcajadas. La melancolía me abrumaba, ¿y si no se ponía bien? Los médicos decían que no estaba mejorando. ¿Qué íbamos a hacer sin él? ¿Cómo iba a poder vivir sin él?


Para despejarme un poco, salí a la terraza. El cielo estaba teñido de púrpura, naranja y rosa. El sol se metía entre las nubes, era una escena de gran belleza. Y de repente, mis ojos se toparon con una figura familiar. ¿Sabéis cuál es? El árbol de otoño, parecía que a él no le habían afectado los días. Él seguía en todo su esplendor. Querido árbol, cincuenta años después aún te recuerdo con claridad. Y entonces, hice algo sorprendente. Recé. Pero recé de verdad, no solté un torrente de palabras al azar sin siquiera escucharme, lo que llevaba haciendo toda mi vida. Sino que recé de verdad, eso es complicado de explicar, pero quien lo haya hecho sabe como es. Rezar de verdad consiste en rezar con tu corazón, creyendo de verdad lo que estás diciendo, sintiendo lo que estás diciendo, no rezar por rutina, sino hablar con Dios. Sí, HABLAR CON DIOS. Recé por mi tío y por la Navidad, para que todos podamos celebrarla. Y allí me quedé, contemplando al árbol, y súbitamente me di cuenta de que había florecido. Sí, había florecido el 23 de diciembre. A veces siento que lo soñé, pues nadie más lo vio. Pero, otras veces sé que sí que ocurrió realmente. 

-¡Despierta! ¡Despierta!- oí mientras estaba ligeramente dormida aún.

-¿Qué ocurre?- Pregunté a mi madre temiendo lo peor de nuevo.

-¡Tu tío ha tenido una mejoría espectacular durante la noche! Ha sido tan súbita, que incluso le van a permitir venir a cenar con nosotros hoy en Nochebuena.

Otra vez me quedé sin aliento, no me lo podía creer. ¡SE HABÍA CURADO! Sentí como una oleada de energía subía por mi interior hasta llegar a los dedos de mis manos. Salté de la cama, ¡era increíble! ¡fantástico! Inconscientemente me puse a dar pequeños saltos de alegría. Abracé a mis padres, seguía sin poder creerlo. No podía esperar a que llegara la tarde. Entonces, cogí al niño Jesús del Belén y salí otra vez a la terraza, con el árbol. ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! Fue lo que pensé, o tal vez lo dije en voz alta, no lo recuerdo. ¿Qué expresiones solíamos usar de jóvenes? Ah sí, “flipante”. Pensaba que era “flipante”. Y finalmente llegó la Nochebuena, en la que recibimos a mi tío, que aunque tenía un aspecto algo pálido y huesudo, mi abuela resolvió que eso se curaba con un buen cordero, queso, jamón, etc. En cuanto atravesó la puerta fue asfixiado por alguien, sí, yo le asfixié en un abrazo. ¿Sería herir nuestro orgullo y convertir esta historia en algo cursi si digo que lloramos? Sí, pero aún así lo reconozco. Todos lloramos y lloramos, pero de la alegría de volver a estar juntos. Y así fue como termina la que pensaba que iba a ser la peor Navidad de todas, que terminó siendo la mejor. La Navidad en la que comprendí que el objetivo no es ser muy ´guay´ y tener muchos regalos, sino estar con los que más quieres. 


Ahora, volviendo a la actualidad. Yo quiero cenar con mi familia, quiero estar feliz con ellos en Navidad, quiero que estemos todos juntos. Quiero que la escena final de este relato pueda ser real. ¿Y tú? ¿Tú también quieres? Por favor, ten cuidado, lleva mascarilla, mantén las distancias, sé sensato. A lo mejor no puedes abrazar tanto este año a tus conocidos, pero al menos permite que todos podamos abrazar a nuestra familia. Por favor. 


Autor: Elena P/ Eowyn Everdeen
Fecha: Diciembre de 2020

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