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Relato de Navidad 2021: 'Esa vez que la Navidad me absorbió'




¿Sabéis lo qué es la Navidad? Yo ahora lo sé,  pero hace tan solo unas semanas no tenía ni idea, de hecho no la podía soportar. Antes no era así, cuando era pequeña me fascinaba. Me parecía maravilloso que todo el mundo estuviera feliz, los regalos, los villancicos… Todo lo que suponía el gran evento. Me parecía increíble que toda esa magia ocurriera simplemente porque hace 2000 años un Niño nació en un humilde pesebre. Pero ojalá escucháramos más a nuestro niño interior de vez en cuando, porque con los años se va perdiendo la ilusión. Cuando llegué a la adolescencia, más o menos a los trece, todo se estropeó. Ya no me apetecía nada, eso de estar con la familia me parecía una pesadez y no comprendía por qué todo el mundo le daba tanta importancia. Es una fiesta tan globalizada, con  tantas facetas y significados… ¿Qué es la Navidad? ¿Chocolate y polvorones? ¿Rezar? ¿La nieve? ¿El amoooor? Demasiadas preguntas en las que andaba sumida en la mayor ignorancia, de la que ya tampoco me esforzaba en salir, a pesar de que pasé años así. 


No obstante, un día inesperadamente alguien decidió que era hora de acabar con los interrogantes de mi cabeza. Y tranquilos, os contaré épicamente todo lo que ocurrió. Estábamos a primeros de diciembre de 2021. Había sido un año duro, con pandemias mundiales y ese tipo de cosas. El continuo tris de ‘ya acaba’ y ‘no acaba’ se alargaba ya durante demasiado tiempo. Muchas de las energías con las que nos enfrentamos a la pandemia los primeros meses ya se habían desvanecido a causa del cansancio. Ese diciembre yo empezaba a sacar los adornos de Navidad de sus cajas, como cada año. Agarré la enorme caja de cartón que había dejado en la entrada y la arrastré pesadamente por el pasillo hasta llegar al salón, con cuidado de no chocar con nada. Me senté en el suelo notando lo helado que estaba y pasé el dedo por la tapa, viendo bastante polvo. Me sacudí la mano, y no pude evitar que en mi cabeza se clavara un ‘qué pereza…’ Saqué el móvil del bolsillo y lo encendí, a ver si había algo interesante. Deslicé y deslicé el dedo por la pantalla, completamente absorta en las imágenes. Mis dedos debían estar ya aburridos de hacer todos los días exactamente el mismo movimiento. Imágenes de todos mis conocidos enseñándome su vida, haciendo poses, poniéndose filtros, celebrities varias... Postureo puro, y un poco de cinismo también. Estaba mirando a través de una ventana, la ventana de la vida de otra gente, y yo no me daba ni cuenta. ‘Sí, todos se lo están pasando muy bien, y yo en cambio estoy aquí sacando cajas, sola y aburrida’ pensé con rabia mientras fruncía el ceño. Me levanté y me metí en mi cuarto, pegué un portazo y tiré el móvil a la cama, que rebotó ligeramente. Luego me dejé caer en la cama y me hundí ligeramente en la almohada. Durante unos segundos el ensimismamiento me envolvió, no tenía ganas de hacer nada. ‘Que tontería es esto de las Navidades, solo es un periodo de tiempo que nos dan entre examen y examen y los de El Corte Inglés se ponen a decir que son elfos para vendernos cosas’ pensé mientras jugueteaba con un mechón de pelo. Era uno de esos momentos en los que la rabia nubla tu corazón y dejas de ser racional con tus pensamientos y te enfadas con el mundo en general, aunque sabía que en realidad era conmigo misma. Me mantuve unos minutos mirando el techo sintiéndome cada vez peor. Hasta que volví la cabeza hacia mi mesa y advertí algo extraño: había aparecido una bola de Navidad. Me incorporé y la observé con atención, no la había visto nunca. Era una esfera de belleza deslumbrante, de superficie cristalina adornada con un alegre lazo rojo. En su interior se veía una plaza rodeada de casitas, cuyo centro estaba adornado por un majestuoso árbol de Navidad. Los tejados estaban cubiertos de nieve e incluso se veían luces dentro de las ventanas. Casi se podía sentir el calor y la lumbre de las acogedoras chimeneas que allí dentro había. Volviendo a la plaza, también se llegaban a apreciar las figuras de unos niños al lado del árbol, llenos de felicidad al ver la nieve, además  de varias figuras paseando. Me quedé maravillada, y cogí la bola para acercarla y poder apreciarla mejor. 


Me quedé hipnotizada mirándola, pero justo en el instante en el que mi nariz rozó el cristal y se empañó, súbitamente todo a mi alrededor dio una sacudida y perdí el equilibrio. No sentí el golpetazo contra el suelo, sino que caía, caía, caía y caía sin control. Luego recuerdo las náuseas golpeándome en el estómago. No pude ver nada, estaba demasiado confundida, la cabeza me daba vueltas y vuelta. Intenté chillar, aunque casi ni me salía la voz. Luego sentí una ráfaga de viento helada que me azotó la cara y me revolvió el cabello, hasta que finalmente palpé algo firme. Estaba tumbada sobre una superficie, algo suave pero firme, debía ser una alfombra. Tenía los miembros entumecidos, pero conseguí levantar los párpados y poco a poco ir moviendo mis extremidades. Primero solo vi unas vigas de madera encima de mi cabeza, pero luego me fui levantando y deduje que estaba en una especie de buhardilla. Torpemente me conseguí poner en pie, seguía un poco mareada. Me acerqué a una ventana que había enfrente, apoyé las manos en el alféizar de madera y observé el paisaje que se extendía debajo de mí. Vi una plaza nevada con unas… Pero de repente no pude evitar contener una exclamación, porque me di cuenta de que era la escena de la esfera que había visto antes. Un desfile de preguntas me empezó a acribillar sin piedad. ‘¿Dónde estaba? ¿Y mi casa? ¿Me he desmayado? ¿Esto es un sueño? ¿Me he muerto?’Me acordé de que en Tik Tok había visto que ‘‘estudios científicos afirman que en los sueños vemos lugares de…’’ Como esa es una fuente totalmente fiable, fui a sacar el móvil en busca de más información. Sin embargo, algo trágico ocurrió: no noté el móvil en el bolsillo. Busqué en mis bolsillos sin éxito, y entonces sentí un retortijón de ansiedad. Estaba en un sitio extraño, sin poder buscar en google y no poder hacer ninguna foto para luego subirla a Instagram. ¿Qué iban a pensar todos de mí si no subía nada? Sumida en el pánico, no pude sostenerme en pie y me tuve que sentar. Es cierto que lo del móvil era una superficialidad de las mías, pero me aterrorizaba estar en un sitio extraño. Mi nudo en el estómago cada vez se iba haciendo más grande, hasta que de repente pegué un respingo al advertir una voz que sonaba a mi lado. ‘Sal a la calle y haz lo que te diga el corazón’ retumbó la voz en la buhardilla. Busqué a mi alrededor con la mirada, pero no había nadie. Aún así, eso no era lo más extraño que me pasaba en el día. Tras procesar un rato la situación, saqué fuerzas de flaqueza para levantarme y abrí una puerta de la habitación. Ante mí me encontré una escalera de madera. Empecé a bajar y fui oyendo los tablones crujir a cada paso que daba, tenía los nervios a flor de piel y en cada giro temía encontrarme con alguien. No obstante, la casa parecía desierta. Nunca he vuelto a sentir tanto miedo como sentí entonces. Cuando al fin llegué abajo me encontré otra puerta algo más gruesa que la anterior, y la abrí con las manos temblorosas. Delante me encontré otro paisaje maravilloso: la plaza desde abajo. Un manto blanco cubría todo y el árbol estaba en su máximo esplendor, lleno de brillos y luces. Las casas tenían guirnaldas y mantenían su aspecto acogedor. Avancé hacia el centro sin poder contener una sonrisa de pura satisfacción. Tanta belleza al alcance de mi vista me dejaba sin palabras. Me quedé un rato contemplando toda la escena paseando en torno al árbol. Varios copos de nieve se posaron en mi pelo y llegué a tener deseos de hacer un ángel de nieve. En realidad no solo lo deseé, sino que por primera vez en años escuché a mi niña interior y me tiré al merengue blanco mientras agitaba los brazos y encima de mí brillaban mil estrellas. Había mucha gente paseando a mi lado, pero todos hacían lo mismo, estaban felices. Mis ojos debían resplandecer sin poder creer lo que veía. 


Pero en un determinado momento, una calle captó mi atención. Era algo oscura, sin iluminación, distinta a las demás y un impulso me obligó a seguir por ahí. Mis pasos tomaron rumbo hacia esa dirección y fui a través de la nieve hacia allí. Lentamente el esplendor se fue desvaneciendo a medida que la hilera de pisadas en la nieve se transformaba en pisadas en el barro y suciedad. Ya no había ni iluminación, ni guirnaldas, ni resplandor de fuego en las ventanas, y la gente con la que me cruzaba iba agachada y cabizbaja. Las casas seguían siendo de madera, pero en muchos casos destartaladas y con los cristales agrietados. La sonrisa se fue borrando de mi rostro para sustituirse por la preocupación y pena. ¿Pero por qué seguía andando por esa barriada? Puede que fuera porque de todas formas no podía sacar fotos para Instagram, pero una fuerza mucho mayor a mí me impedía que me fuera, tenía que llegar hasta algún sitio. El viento soplaba colándose entre los edificios y entre mi ropa, no era una sensación agradable. Oí ladridos de perros a lo lejos, y aceleré el paso con temor. Tras unos minutos al fin me paré enfrente de un bulto misterioso que no pude distinguir bien al principio. Observando con más detenimiento, me di cuenta de que era una mujer envuelta en una manta vieja y deshilachada, que llevaba algo en sus brazos y estaba sentada sobre un escalón. Olvidando todas las precauciones del tipo ‘no hablar con desconocidos’, me acerqué a ella y me agaché enfrente suya. Ella levantó un poco la cabeza y me miró a los ojos. En su rostro destacaban unas prominentes ojeras, palidez extrema y labios azulados por el frío. Sin embargo, había cierta expresión de alegría en sus ojos verdes, y no entendí el por qué hasta momentos después. ‘¿Necesitas ayuda?’ Pregunté. ‘Sí’ respondió ella con voz temblorosa, tomó aire y añadió: ‘Mi marido y yo no encontramos ningún lugar donde refugiarnos’. Entonces vi aparecer a un hombre desde detrás, antes cubierto por las sombras. También tenía un aspecto deplorable y estaba envuelto en una vieja manta. Seguidamente me sobresalté, porque se oyó el llanto de un niño, proveniente del bulto que llevaba la mujer. Lo destapó un poco y lo acunó cariñosamente, era un bebe muy pequeñito, probablemente recién nacido. Sentí cómo algo se ablandaba en mi alma y mi conciencia. Había tanta ternura y tanto sufrimiento en esa familia… Debían estar muertos de frío y de hambre. Me palpé el bolsillo con urgencia, pero esta vez no para buscar mi móvil, sino para buscar algunas monedas que tenía desde hace tiempo. Sí que estaban, y pensé que probablemente eso valiera para ayudarles. Me las habían dado hace poco y las quería usar para comprarme una plancha para el pelo nueva, pero sorprendentemente decidí que esto sería una mejor inversión. 


Le dije a la mujer que yo creía que podía ayudarles y que me siguieran. Ellos se mostraron un poco reticentes, no obstante mi apremiante entusiasmo debió convencerles y al final aceptaron. Con cuidado ayudé a la mujer a levantarse y les fui guiando para volver a donde estaba yo inicialmente. La mujer apretaba al niño contra su pecho y el hombre iba mirando con aprensión todas las calles. La nieve cayendo en nuestra cabeza dejó de ser tan agradable, y el bebe seguía sollozando. Nuestros pies, los suyos descalzos, llegaron a la plaza y los rostros del hombre y la mujer se iluminaron justo como hizo el mío. Les dije que esperaran al pie del árbol y yo me metí en una de las casas que ponía ‘Hotel’, discutí un poco con el hombre de la recepción, que decía que eso era un hotel y no un asilo para pobres, pero fui muy insistente y me dijo que si le daba todo mi dinero y además retiraba con una pala toda la nieve de la puerta, les daría comida y alojamiento. Parecía una tarea muy dura y no sabía ni por donde empezar, pero acepté de todas formas. Corrí a buscar a la familia para darles la noticia y se deshicieron en agradecimientos y bendiciones. Entramos todos al hotel y ellos se fueron a la habitación que les indicaron, y a mí el recepcionista me dio la pala. Salí muerta de frío y empecé a trabajar. Clavar la pala, echar a fuera, clavar, echar… Acabar con la nieve sin piedad. Era repetitivo, pero mucho más productivo que deslizar el dedo por una pantalla. Después de un rato, casi no sentía los dedos, pero terminé de despejar la nieve y el recepcionista dio su visto bueno. Entonces mis nuevos amigos volvieron a bajar, ahora con un aspecto muy distinto. Ambos estaban bien vestidos y lavados y su rostro ya no estaba pálido y demacrado, sino sonrosado y luciendo una gran sonrisa. Sobre todo la de la mujer, que irradiaba felicidad. El niño ya no lloraba, estaba observando todo con unos ojazos azules. Ellos se acercaron a mí mientras me agradecían de nuevo efusivamente mi gesto, mientras yo les respondía que no había sido nada y ese tipo de cosas. Luego salimos otra vez al exterior, porque queríamos volver a apreciar la belleza de la plaza. 


Avanzamos hasta el centro, al lado del resplandeciente árbol. No sentía frío, no sentía ninguna incomodidad, solo sentía la felicidad desbordarse por todos los costados de mi cuerpo. Verdadera felicidad, la felicidad de haber hecho el bien. Extasiada volví a mirar hacia arriba, hacia el árbol, hacia el cielo, hacia las luces, hacia las estrellas, hacia la belleza de la vida, hacia la belleza de hacer el bien. Me volví para mirar a la mujer y vi los ojos de asombro del niño. Le pedí que si podía cogerlo y ella me lo dio mientras me decía: ‘Dios te bendiga’ Lo cogí en brazos y le miré, volví a sentir un cosquilleo de felicidad recorriéndome. Le pregunté a la mujer: ‘¿Cómo se llama?’ y me respondió: ‘Le hemos puesto Jesús’. Ambas nos sonreímos y volvimos a mirar hacia las ramas del árbol. Entonces besé al bebe y justo en el instante en el que mis labios rozaron su frente, todo volvió a pegar una sacudida y caí y caí… Nunca volví a esa tierra mágica, porque lo habéis adivinado, volvía a estar en mi habitación. La bola seguía ahí y mi móvil estaba tirado encima de la cama, como lo dejé. Me recuperé del mareo una vez más durante unos segundos, y entonces impulsivamente (y acertadamente) abrí la ventana, cogí el móvil y lo tiré por ahí. Bueno, tal vez hubiera valido con desinstalar unas cuantas apps, pero lo hecho, hecho estaba. Después oí el cerrojo chirriando en la puerta, eran mis padres volviendo de trabajar. Abrí la puerta y corrí a buscarles. Les abracé y ellos se sorprendieron del repentino gesto de cariño, pero respondieron igual. ‘¿Qué ha pasado?’ Me preguntaban. ‘¡Nada! ¡Nada! ¡Solo que ya casi es Navidad!’ Grité mientras empezaba a llorar de la emoción y la alegría. 

¿Qué es la Navidad? ¿Cómo hay que celebrar la Navidad? La Navidad es muchas cosas, no digo que no. Pero sobre todo es un recordatorio, una pancarta enorme en el camino de nuestra vida, de que la verdadera felicidad es algo mucho más grande que las superficialidades cotidianas y lo material. Ser feliz es ayudar a los demás, y eso en realidad es la esencia del cristianismo, por eso es el propio Jesús quien nos lo recuerda cada año. Y esto aplica a creyentes, no creyentes, o lo que te consideres, porque para eso todo el mundo, sin excepción, estamos invitados a esta gran celebración. Sonríe, transmite felicidad, ¡se contagia muy fácilmente! Yo he escrito este relato para hacerlo, ¿qué vas a hacer tú? 

Autor@: Elena P/Eowyn Everdeen

Fecha: Diciembre 2021


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