La vi cuando estaba a punto de cruzar la calle. Estaba entre un montón de basura, abandonada sobre las raíces de un árbol. Sentía la brisa golpeando mi mascarilla y acariciando mis ojos y pestañas. Las delicadas flores del árbol también bailaban al ritmo del viento, mientras dejaban caer sus pálidos pétalos sobre la carta. Porque sí, aquello era una carta, a punto de ser empujada por el viento. Se arrastró un poco por las bolsas, saltando de un lado a otro, huyendo, hasta que se liberó, pero se estampó con un poste. Me decidí a cogerla, sí, lo sé, no hay que coger objetos de la calle porque el virus…, pero tenía algo especial. Así que me agaché y la cogí. No tenía remitente. Le di la vuelta, en la dirección ponía: “A cualquier ser humano”. Recuerdo esas letras como si estuviera sosteniendo esa carta ahora mismo, al igual que mi cara de estupefacción. Tampoco había sello, solo una mancha de una tinta extraña. ¿De dónde había salido eso? Acaricié el papel rugoso pensativa, cuando una oleada de viento arrancó la carta de mis manos. ¡Tenía que encontrarla! Eché a correr tras ella. La mochila me pesaba sobre los hombros, pero no tenía tiempo de dejarla. Había bastante gente, yo iba todo el rato recitando “lo siento” como una cancioncilla, mientras se volvían a mi paso. Corrí y corrí tras el sobre, parecía que me quisiera poner a prueba. Al fin se quedó pegado a una farola, lo alcancé y metí en mi mochila.
Es curioso, ya nunca se abren cartas. Son toda una desfasada reliquia que solo las personas con ideas románticas siguen usando. Creo que prácticamente nunca había abierto una, especialmente escrita a mano. Después me di cuenta de que probablemente poca gente haya leído algo así. Me fui a casa, donde nadie pudiera verme, me senté en el suelo y saqué la carta. Una vez más la contemplé. Todo estaba en silencio, salvo mi respiración y la del reloj. Rasgué un poco el sobre y saqué el papel. Leí:
Querido humano,
Espero que recibas este escrito, aunque sea dentro de muchos años. Porque lo que para ti es un año, para mí es un suspiro. Te preguntarás quién soy. Pues un autor inusual. Te diré que soy muy viejo, tanto que me cuesta recordar cuántos años tengo, ¿200? Los años son superfluos, y he visto tantas cosas que es imposible decirlo con exactitud. Aún recuerdo cuando solo era un tronquito con dos o tres hojas. Ah sí, soy un árbol. Vivo en Alcalá de Henares en la plaza de San Diego, justo enfrente de la fachada de la antigua Universidad. Probablemente me veas al ir a trabajar, o al colegio, o simplemente cuando pases por allí. La mayoría de las veces las personas no se fijan en mí, solo soy una retorcida y gorda estructura de madera con un techo verde. Pero a mí me gusta fijarme en todas las personas de mi alrededor, sois infinitamente curiosos, y cambiais mucho.Además me gusta ver como los pájaros hacen sus nidos en mis ramas. ¡Son muy bonitos! Aunque a veces me quedan un poco sordo, merece la pena. También los edificios. La universidad siempre ha sido impresionante, es todo un privilegio poder contemplarla todo el rato. Cuando era muy joven, había estudiantes antiguos, aunque muy pocos. Mientras crecía los estudiantes se fueron. Estábamos en el siglo XIX. Había personas muy elegantes, hombres con traje y mujeres con largos vestidos. Aunque también había personas muy pobres, claro. Después alguien compró la Universidad. Quería convertirla en un criadero de gusanos, quitó las campanas de la iglesia y demolió un arco que había aquí cerca. ¡Pero qué vergüenza! Por suerte los alcalaínos actuaron rápido y formaron la Sociedad de Condueños. ¡Yo les vi! Los alcalaínos son muy valientes. A veces les oía hablar de sus planes. Reunieron el suficiente dinero para comprar la universidad otra vez y poder conservarla intacta. Mientras tanto, los estudiantes se sustituyeron por militares. De hecho, el gran edificio que tengo al lado era un cuartel. En el siglo XX una parte de la universidad se convirtió en colegio, y allí estudió un niño llamado Manuel Azaña, creo que luego fue muy importante. Venía a jugar a la fuente de al lado. Durante los años las personas fueron cambiando de ropa, de aspecto, de lenguaje.Vino gente nueva, hubo una guerra, volvió a haber estudiantes...Se empezaron a llevar aparatos electrónicos y ¡a veces me fotografían con ellos! En realidad fotografían a Doña Universidad, pero no importa. Ojalá apreciarais más la belleza de la vida. ¡Siempre estais corriendo de un lado a otro! ¿Por qué estáis tristes y hartos? ¡Solo tenéis que observar!
La carta continuaba, pero en ese momento me di cuenta de lo que quería decir el árbol. Salí a la calle y corrí a la plaza. Miré los árboles sorprendida. ¿como no podría haberles prestado más atención antes? ¿Cómo podía haber permitido que alguien les diera una patada o que arrancaran sus hojas? ¿O haber pensado que mi ciudad era aburrida? Mi cabeza siempre estará llena de interrogantes, y aunque me toméis por loca, creo que fue realmente el árbol quien escribió la carta.
Autor@: Elena P/Eowyn Everdeen
Fecha: Marzo de 2021
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