Me apasiona escribir, no solo eso, me encanta el arte. Siempre ha sido así, sin embargo, hubo unos años en los que se me metió entre ceja y ceja que el arte no servía para nada, que no estaba a mi alcance. El arte no es útil para la sociedad, no supone progresos y sólo está destinado a unos pocos genios excéntricos. Si eres una persona normal y corriente, con recursos limitados y una vida sin sobresaltos, no puedes hacer buen arte. Por suerte, un día cualquiera viajando en coche todo cambió.
Luchaba para no cerrar mis párpados y los músculos estaban ya entumecidos después de llevar tantas horas en la misma posición. Mis padres conducían, íbamos de vacaciones a no-se-qué pueblo de no-se-dónde y mi ansia de preguntar ‘cuánto falta’ se había saciado con unos cuantos ‘muchos’. Miré hacia la ventana para observar el paisaje rural. Infinitos campos arados transcurrían rápidamente. El sol abrasaba sin piedad la carretera por la que los coches corrían a toda velocidad. Al fondo se veían las chimeneas de las fábricas manchando la impecabilidad del cielo. Era todo tan monótono, tan repetitivo… Allá por donde pasaba la industrialización, todo se volvía así. Pegué la nariz al cristal mientras empañaba toda la periferia con un suspiro. Sí, estaba algo deprimida, bloqueada. El aburrimiento y la pereza habían invadido toda mi mente. Estaba de vacaciones, no me faltaba de nada, no tenía que estudiar… Pero notaba un vacío.
Me palpé el bolsillo para buscar mi móvil y olvidar un rato el tema, pero de pronto el vehículo pegó una sacudida. Di un respingo sobresaltada. Primero pensé que era de noche, no veía nada, luego comprobé que no me llegaba ningún estímulo: tampoco oía, no sentía y aunque movía los labios y articulaba palabras no oía mi propia voz, de hecho, no oía ni mi propia respiración. Era surrealista, como si hubiera llegado a ‘la nada’ del universo. Transcurrió un rato incierto, ¿minutos?, ¿horas?, imposible saberlo. Estaba tan paralizada que ni siquiera era capaz de sentir miedo. No pensaba, mi mente estaba completamente vacía, como todo a mi alrededor. Hasta que repentinamente se hizo una luz cegadora que me obligó a entrecerrar los párpados. Mi cerebro volvió a procesar datos. El coche se había parado y… sorprendida comprobé que el paisaje había cambiado. Ante mis ojos se extendía una pradera, una alfombra verde y majestuosa. Millones de puntos de todos los colores salpicaban la tierra: rojo, amarillo, lila, en perfecta sintonía. Un azul impoluto coronaba todo como un gran manto. Rayos de oro se colaban entre los montes lejanos que sustituían a las chimeneas. La madre naturaleza había desplegado su magia sin que un solo atisbo de humanidad la molestara.
Estaba tan ensimismada, que poco después caí en… ¿y mis padres? Les llamé con voz temblorosa, pero en respuesta solo oí el susurro del viento fuera del coche. Durante unos segundos me quedé inmóvil con mi corazón latiendo deprisa, no obstante, llegué a la conclusión de que tenía que ser un sueño y no había nada que temer. Abrí la puerta y salí andando para desentumecerme. Eché a correr, corrí y corrí entre las matas, con las espigas rozándome las piernas, el viento jugando con mi pelo y azotando mis mejillas. Sin reflexionar, me liberé de cualquier pensamiento racional y perdí de vista el coche.
De pronto distinguí una silueta extraña en medio del campo. Comencé a caminar hacia ella y aguzando la vista me di cuenta de que parecía un hombre, sentado sobre algo que no podía ver. Avanzando más cautelosamente, vi que tenía enfrente un escritorio de madera y estaba inclinado sobre un papel. Durante unos minutos me oculté detrás de unas matas y le observé. Canas asomaban en su pelo y arrugas enmarcaban sus ojos, que miraban concentrados el manuscrito. Su mano se movía con calma dibujando cada una de las letras cuidadosamente, usando una pluma, como un antiguo escritor. Hice ruido y me miró sorprendido. Antes de que siguiera escribiendo, dije:
‘¿Qué tal?’
Frunció el ceño y tras una pausa respondió:
‘Esa expresión es completamente estúpida, ‘tal’ no significa nada y aunque estás preguntando por un adverbio como ‘bien’ o ‘mal’, usas ‘qué’, en vez de ‘cómo’. Para colmo, la respuesta muchas veces es falsa, pues quienes ocultan su dolor suelen pronunciar ‘bien’ y quienes se esfuerzan en llamar la atención a través de la pena, responden ‘¡MAL!’.
Resopló y volvió a bajar la cabeza hacia sus escritos. Lo soltó tan de sopetón que no fui capaz de decir nada, así que tras unos segundos me volvió a mirar con fastidio y preguntó:
¿No dices nada?
Tragué saliva y respondí:
‘Es que me has dejado sin palabras’.
‘SIEMPRE HAY PALABRAS, LAS PALABRAS SON LO MÁS PODEROSO QUE EXISTE, SIN PALABRA NO HAY HISTORIAS, SIN PALABRA NO HAY ARTE, SIN PALABRA NO HAY VIDA’ - Gritó.
Instintivamente me eché un poco para atrás y él se quedó unos segundos mirando hacia el horizonte recuperando el aliento, luego se sentó y dijo un poco más calmado:
‘La palabra es la magia de la vida’ - Me miró fijamente y añadió - ‘Lo siento, he olvidado la educación. ¿Necesitas algo?’
‘Bueno, estaría bien saber dónde estoy y qué hago aquí’ - Respondí.
Levantó los ojos hacia el cielo y dijo:
‘A este lugar vienen los artistas vacíos, que necesitan volver a llenarse de inspiración. No todo el mundo lo necesita, hay gente tan poco profunda que se llena muy fácilmente (o eso cree), pero todos los que notamos el vacío, venimos aquí’
Procesé durante un rato sus palabras y pensé que mi teoría de que el arte no servía para nada le ofendería gravemente, así que pregunté:
‘¿Y tú cómo te llenas?’
‘Simplemente observo, observo el mundo que nos rodea, observo el milagro de la naturaleza, observo la belleza de lo más insignificante y luego lo plasmo en palabras. Construyo mundos, fabrico historias’ - Dijo tras meditar un poco.
Me quedé algo desconcertada, pero le pedí leer su texto. Me lo dio y comencé a leer:
“Los afilados picos de roca se extendían hacia el mar mientras él estrellaba su espuma. Ambos, pico y mar, parecían de mal humor. Discuten de vez en cuando, pero en el fondo no se separan nunca, pues el acantilado ha sido perfilado por el mar y el mar siempre vuelve a él. El cielo acompañaba al humor de sus compañeros, pues un tono gris lo teñía, colándose entre las nubes algún blanco rayo de sol. Un cierto olor a sal llegaba hasta el espectador con la brisa marina que revolvía la ropa. El horizonte del mar se difuminaba suavemente con el azul del cielo…”
A medida que iba leyendo, casi sin darme cuenta empecé a oír el rugido del mar y a oler sal, cada vez más, hasta que noté unas gotas de agua salada salpicando mis labios. Miré hacia el frente y efectivamente estaba en los propios acantilados. Antes de que el vendaval me arrancará las páginas, las guardé en mi bolsillo. Me estremecí de frío y me froté las manos heladas mientras miraba a mi alrededor. Debía estar en una isla, sólo había acantilados y mar y más mar. Una figura se perfilaba sobre la punta de un acantilado muy próximo, otro hombre. Me acerqué por detrás. Tenía el pelo negro, bastante largo e iba vestido un poco extraño, como muy antiguo. Se dio la vuelta para mirarme y pude ver su rostro, tendría unos 30 años. Su piel era muy blanca, los ojos marrón chocolate. Sujetaba una paleta con varios tonos de colores, pinceles delante de un caballete con un lienzo.
‘Hola’ - Dije yo con timidez.
‘¿Quién eres?’ - Preguntó.
‘Bueno, soy una adolescente bastante corriente…’ Empecé a decir.
‘Cállate, eso no es nada inspirador’ - Respondió él antes de dejarme terminar. Luego añadió - ‘Dime qué buscas aquí’
Tomé un rato para responder mientras miraba al mar rompiendo una y otra vez contra la roca y el pintor me observaba escrutadoramente:
‘Pues yo no buscaba nada, pero ahora me doy cuenta de que me falta algo.’- Dije.
‘¿Es ese algo arte?’
¿Cómo?
‘Sí, arte es lo que te falta. Estoy seguro de que lo echas de menos, a mí me pasó igual’’
Me quedé sorprendidisima, dije:
No, no, yo no puedo hacer arte. La gente como yo no hace arte, soy demasiado simple, tú lo has dicho. Además, el arte no sirve para nada.
Un rayo tronó y el cielo se oscureció con una rapidez sobrenatural y el pintor gritó:
‘¿QUIÉN TE HA DICHO TAL BARBARIDAD?’
‘Nadie, el mundo lo da a entender’
‘Tienes que mirar en tu interior, mira en el interior de tu alma y tu mente, como he hecho yo aquí.’ Dijo señalando su cuadro.
Me acerqué hasta la obra. Se trataba de un bosque sobre el que atardecía. Miles de árboles tupidos y esbeltos cubrían toda la explanada. El sol se escondía ya, pero sus últimos rayos iluminaban el verdor de algunas ramas y teñían el cielo de naranja. El ruido de las olas se fue sustituyendo por los últimos cantos de algunos pájaros. Desde un cucú, hasta el ulular temprano de alguna lechuza, todo tipo de diálogos y cantos había. Respiré hondo y llegó hasta mí el olor del pinar. Las pinceladas se convirtieron en verdaderos árboles. Estaba en el bosque, metida dentro del cuadro. Delante, escondido entre las ramas de algunos pinos, había otro personaje. Un hombre de más de 60 años, con el pelo blanco, barba y rasgos afables. Los ojos eran de un azul intenso y miraban concentrados sus ágiles dedos. Tocaba un gran piano de cola entre los árboles. Tras escuchar unos minutos, me di cuenta de que la melodía era especial, parecía que quisiera acompañar a los pájaros. De vez en cuando paraba y tomaba notas en una partitura. Me acerqué un poco más y exclamó:
‘¡Al fin te atreves a salir!, ¿tanto miedo doy?’
‘No, no, es sólo que estaba escuchando’- Respondí avergonzada.
‘¡Ah!, eso está bien, es muy importante escuchar. Ojalá escucháramos más, seríamos mucho más sabios. Escuchar es tan importante como nuestra imaginación’ - Dijo pensativo. Luego añadió - ‘¿Tú compones algo?
‘No’
‘¿Por qué? - Me interrogó.
‘Supongo que no me atrevo.’
‘Pero tú escuchas, me has escuchado a mí. Debes escuchar a los árboles, los sonidos de la naturaleza, debes escuchar las historias que crea el ser humano ’ - Dijo con pasión. Después añadió - ‘Vamos a viajar una vez más’
Empezó a tocar moviendo los dedos con rapidez pasmosa por el teclado, era un torbellino de notas. Me quedé tan absorta en la melodía que ni me di cuenta de que de verdad estábamos viajando. El piano desapareció y en su lugar apareció mi coche. La música seguía sonando a través de la radio. A mi lado encontré a mis tres amigos: el escritor, el pintor y el compositor, que me miraban expectantes. El escritor preguntó:
¿Sabes ya qué sitio es este?
Medité largamente la respuesta.
‘Es mi imaginación, este lugar es mi imaginación.’- Respondí sorprendida de mis propias palabras.
Los tres asintieron y el pintor dijo:
¿Por qué has creado esto?
‘Pensaba que el arte era una mentira. Pero ahora mi mente me ha demostrado lo mucho que lo echaba de menos. El campo estaba vacío cuando yo estaba vacía, el mar estaba embravecido cuando me enfadé conmigo misma y el bosque me trajo la vida que hay en él’
‘Nosotros te hemos dicho como nos llenamos e inspiramos y qué significa el arte para nosotros, ¿qué significa para ti?’ Interrogó el compositor.
El arte es… algo de lo que no podemos escapar, va unido a mí y al ser humano. El arte es la expresión de lo que sentimos que nunca muere. Como habéis dicho vosotros, se trata de observar, crear e inmortalizar.
¿Y sabes qué es lo único que necesitas para ello? - Preguntaron.
¿Mi imaginación?
Todos sonrieron.
¿Está todo esto dentro de mi cabeza?
‘Sí, pero eso no significa que no sea cierto.’
¿Y tú? ¿Qué vas a crear hoy?
Ya me he hecho seguidor
ResponderEliminar